domingo, 31 de enero de 2010

Conducta perfecta


La forma correcta de domar la mente es por medio de una disciplina similar a la del crecimiento de los árboles.
La forma correcta de subyugar las emociones negativas se da a través de una vulnerabilidad similar a la de las burbujas.
La forma correcta de cultivar la honestidad es por medio del amor a descubrir todos los apegos y egocentrismos dentro de uno.
La forma correcta de meditar es a través de una paciencia idéntica a la de una madre que perdona todo lo que su hijo malcriado hace.
La forma correcta de abandonar actos nocivos es similar a la obediencia de un enfermo de la garganta que hará lo que sea por aminorar el dolor.
La forma correcta de despertar la mente es idéntica a la forma en la que un loco rompe con toda lógica y estructura intelectual.
La forma correcta de vivir en el aquí y el ahora es similar al momento en el que la última pieza del rompecabezas se coloca en el espacio vacío.

jueves, 21 de enero de 2010

Sabiduría perfecta


Devoción al ahora

Las proyecciones al futuro o al pasado son inofensivas si uno es infinitamente devoto al ahora.
Si uno es infinitamente al ahora, no hay espacio para el ego.
Si no hay espacio para el ego, no hay definición de ego.
Si no hay definición de ego hay consciencia expandida.
Si hay consciencia expandida hay espacio.
Si hay espacio hay respeto por todo.
Si hay respeto por todo, hay ecuanimidad infinita.
Si hay ecuanimidad infinita, hay paciencia incesante.
Si hay paciencia incesante, uno nunca es un oponente.
Si uno nunca es un oponente, el otro agrede espacio.
Si el otro agrede espacio, el otro se vuelve espacio.
Si uno y el otro son espacio, no hay división alguna.
Si no hay división alguna, sólo hay sabiduría perfecta.

Devoción a todos los seres
Si uno es infinitamente devoto a todos los seres, no hay centrismo.
Si no hay centrismo, no hay puntos de referencia.
Si no hay puntos de referencia, hay apertura inconmensurable.
Si hay apertura inconmensurable, hay espacio para todo.
Si hay espacio para todo, todo es espontáneo.
Si todo es espontáneo, nada es forzado.
Si nada es forzado, todo es verdadero.
Si todo es verdadero, sólo hay sabiduría perfecta.

Devoción al universo
Si uno es infinitamente devoto al universo, uno está en sintonía con el universo.
Si uno está en sintonía con el universo, no hay profanación de la naturaleza.
Si no hay profanación de la naturaleza, todo nace, vive y muere naturalmente.
Si todo nace, vive y muere naturalmente, el movimiento universal es perfecto.
Si el movimiento universal es perfecto, todo es uno.
Si todo es uno, sólo hay sabiduría perfecta.

martes, 12 de enero de 2010

La madriguera del conejo


A continuación presento el último post de la serie "antes", "durante" y "después" y con esto concluimos. Agradezco a Soledad por hacer la petición de escribir sobre este tema.

El experimento
Al practicar la meditación, no es preciso hablar de "un despertar" absoluto y definitivo. Suceden muchos, todo el tiempo. Cuando ocurre el primero, más que despertar simplemente "ves" que puedes ser indefinido. El problema es la definición, la forma, la cosificación de nuestro ser. Entonces, de repente y de forma experimental, se le ocurre a uno indefinirse. Ni siquiera es algo planeado, simplemente sientes que "es por aquí". Piensas: "¿Y si me indefino? ¿Y si dejo de mantener mi discurso dentro de este espacio reducido? ¿Y si dejo que las palabras se diluyan como pintura en un contenedor con agua?"

Como dije en el post anterior, son ese tipo de dudas que hacen que todo se desplome y veas como es la realidad. Las dudas son movimiento sin miedo. Son este tipo de investigaciones las que te llevan a territorios inexplorados. En este caso, el resultado de lanzar al aire la posibilidad de indefinirse uno mismo (y dejarse llevar por tal posibilidad) genera una alegría sin igual.

La dicha que surge se debe a que ya puedes descansar de la tarea de mantener una forma de ser definida, ahora simplemente puedes ser indefinido.

El país de las "maravillas"
El "después" de ese suceso está repleto de sorpresas. Algunas son agradables y otras no. Las desagradables son inevitables y necesarias y éstas aparecen como consecuencia de las costumbres egocéntricas con las que cargamos. Sólo imagínense. Henos ahí con un vistazo, con una comprensión que cambia completamente cómo percibimos la realidad, con una visión que nos permite dejar de necear y que nos ayuda a acelerar la disolución de adicciones. Acto seguido: autofelicitación. No nos decimos "¡Felicidades!" pero sí nos saboreamos como nunca, nos regocijamos lascivamente en lo "especiales" que somos. Sí, sí hay agradecimiento al universo, ganas de llorar, alegría muy bonita que la compartes con medio mundo. Pero también hay un egocentrismo profundo e inmenso.

Inmenso.

No es mala esa karmificación de proporciones infinitas. Es justo lo que necesitamos para estrellarnos de nuevo con la realidad. Si uno desea cultivar sabiduría, nada como las dolorosísimas caídas después de que perdimos el suelo. Las caídas subsecuentes a los despertares, si bien no son golpes tan burdos como los que te deja alguna borrachera o ataque de ira, sí son duras. Tienen que serlo, es decir, después de todo están basadas en las egoificaciones que generamos de la "apertura", de los "espacios inmensos", de las "consciencias expandidas".

El "después" del primer vistazo está repleto de:

"Soy infinito"
"Soy indefinible"
"Soy inecontrable"
"Soy vacío"
"Soy inconmensurable"
"Soy infinitamente compasivo"
"Soy esencialidad inefable"
"Soy primordialidad vacua más allá de la causa y efecto que se expresa mágicamente en la inmediatez del momento inecontrable y el lugar inexistente que surge espontánea y naturalmente de la ilusoria mente original que no nace y no muere, que se manifiesta dinámicamente a través de...."

Ugh... duele mucho caer de tales afirmaciones románticas y solemnes.

Además de lo anterior, es muy tentador comenzar la guerra santa. Entre la compasión genuina y las ínfulas de inquisidor que le declara la guerra a la inconsciencia, sin duda ignoramos la compasión genuina y comenzamos a comernos vivos a muchas personas y a nosotros mismos "en el nombre de la verdad". Ya no es en nombre de Dios, ahora es en el nombre de la "vida verdadera".

Aceleración
Ok, no todo es desacierto. Después del primer despertar en verdad comenzamos a diluir los hábitos nocivos. Pero ahora lo hacemos más rápido. Después de los vistazos no puedes dejar de ver la verdad. Reconoces la necesidad de la honestidad diaria y constante y la necesidad de disciplina.

Ya no puedes ir en reversa, por más grande que sea el antojo de embriagarte en diversión nociva, la consciencia es potente. Los actos nocivos comienzan a perder fuerza y comienzas a desarrollar un gusto por todos los actos saludables. Eso no quiere decir que sea fácil cambiar los hábitos. El trabajo sigue siendo duro, pero ahora lo haces con un gusto incesante. En serio. Aunque no es necesario que pases por una experiencia de este tipo para tener una motivación al cambio positivo.

Después de un despertar necesitas, a toda costa, saciar la enorme cantidad de dudas que surgen. Intuyes que "alguien por ahí debe saber qué diablos está pasando". La curiosidad ya no es curiosidad, ahora es hambre. Te conviertes en un caníbal de enseñanzas. Es como cuando obtienes tu cinturón negro en tu academia de artes marciales, sólo para que llegue el maestro y te diga "ahora sí estás listo para aprender" y, efectivamente, te das cuenta de que apenas es el comienzo. No obstante, uno nunca deja de sentir esa sensación de que apenas comienzas a entender. Poco a poco comienzas a agradecer esa sensación de que no entiendes nada. Sin ella no hay avance.

El "después" del despertar en realidad es un "durante del despertar" sin fin. El despertar es constante liberación, constante desapego, constante disfrute por cachar inconsciencias y por abrir prisiones. Sin que te des cuenta te vuelves promotor de espiritualidad, como adolescente que aboga por la revolución.

Sin duda todo se vuelve más divertido, desconcertante y... ¿Raro? Pero ahora "raro" es muy atractivo. Si el día sabe a "indefinible" o "incierto", sabes que vas por buen camino. Si el momento está impregnado de un "no sé qué" necio, sabes que hay mucho que aprender en esa rareza.

El "después" poco a poco se vuelve una realidad sin puntos de referencia que parece montaña rusa, país de las maravillas de Alicia (por que la lógica estorba) y collage de sensaciones, colores, vivencias y sucesos mentales, en donde poco a poco se desvanece el observador de tal vivencia.

¿Still interested?

domingo, 10 de enero de 2010

Durante el despertar


Se ha dicho que lo que ocurre durante un vistazo de la realidad fenoménica, un vistazo del Dharma, es inefable. Obviamente no es posible describir con absoluta precisión qué es lo que sucede, pero pienso que sí podemos proporcionar algunas fotografías verbales.

La dicha
Se siente como cuando encuentras un objeto perdido. Como cuando encuentras una respuesta tan obvia, después de que pasaste horas y horas buscándola. Piensas: "cualquier persona tiene la capacidad de ver lo que veo". Es tan obvio. Surge un deseo inmenso por empezar a hablar y hablar de lo que acabas de descubrir. La comprensión es tan bella en su sencillez que lo único que deseas es que todo mundo se dé cuenta de lo que te acabas de dar cuenta. Sí, hay alegría intensa por nada, felicidad por las formas, colores y sonidos, éxtasis por el mundo tal y como es.

La compasión
Surge mucha tristeza. No hay diferencia entre el dolor y el amor por la humanidad. El llanto interno es grande. Es un llanto que nunca más te deja. Duele demasiado que la gente sufra. No puedes creer que haya tanta gente que no conozca esta claridad. No es posible que pasemos tantos años de nuestras vidas sin darnos cuenta de todas las trampas que nos ponemos. Es esta tristeza inmensa el principal motor para nunca más negarle la ayuda a otra persona. No importa que nadie te crea que en verdad sientes un deseo incesante por que la gente deje de sufrir. Realmente no importa su desconfianza, su odio hacia ti, su comportamiento grosero, sus grandes ganas de humillarte y comprobarte su superioridad. La susceptibilidad es el pan de cada día. La empatía ya no es opcional.

La comprensión
Es inútil luchar. Es improductivo ganar. Es ineficiente controlar. El "yo" es una redundancia. "Ser alguien" es solitario y desgastante. El "yo" es una estampa, una calcomanía, una etiqueta con forma de cuerpo, una silueta necia, una voz que se cree "cosa". Nosotros es. Nosotros está. Somos palabras que escuchan, formas que contornean con cariño, espacio que abraza, vacío que comprende. Somos la pieza musical máxima, la luz reflejada y refractada en seres, cosas, tiempo y espacio.

El "durante" del primer vistazo es corto. Cruelmente efímero. Hermosamente sincero. Son miles de libros escritos y no escritos. Es el pretexto perfecto para pensar que nos iluminamos, para pensar que somos especiales, diferentes y superiores. Es el primero de muchos por venir. Ninguno será como el primero.

viernes, 8 de enero de 2010

Sin miedo


Antes del post del "después", debo publicar el presente texto. En este otro post prometí proporcionar formas de meditar sin autoengaños, valentía genuina y con antisépticos naturales. A continuación presento un texto escrito por Max Díaz (amigo de Argentina que se dedica al comercio, al estudio de la física, espiritualidad y consciencia, y al beneficio de todos los seres sintientes) que muestra de forma sencilla cómo actuar, sin miedo alguno, ante los brotes de ira. Él afirma que le es muy difícil describirlo en palabras. Yo creo que lo hizo a la perfección.

Y ahora, su texto:

"Percibo cuando la ira nace, florece, se marchita y muere por sí misma, sin llegar a perpetuarla. No opto por alimentarla ni por reprimirla. No doy rienda suelta a la ira para que se desfogue por completo ni tampoco la reprimo ni anhelo ansiosamente que cese. No hay un 'quiero ser libre de la ira'.

Ahora bien. La contemplación del nacimiento y muerte de la ira en cámara lenta simplemente 'ocurre por sí misma'. Sucede por sí sola. No estoy al acecho de forma obsesiva, ni rigurosamente alerta de cada pensamiento nocivo. Simplemente contemplo y no puedo evitarlo. Ello sucede aun cuando no estoy en el 'aquí y ahora' sino absorto en el pensamiento (como cuando estoy sumergido en una partida de ajedrez).

Esta contempleación natural del más mínimo pensamiento nocivo pareciera que ya no puede detenerse ni evitarse. Este suceso, que lleva tantas palabras y minutos describirlo, pareciera que es un proceso largo cuando uno lo lee. Pero es instantáneo, ocurre en una décima de segundo o menos. Es como si una multitud de eventos ocurriesen en ese instante a la velocidad de la luz. Cuando esa 'flor iracunda' nace, siento que tengo la libertad de alimentarla o reprimirla. Nada me lo impide. Pero elijo voluntariamente (¿o egocéntricamente?, no importa), permanecer en medio de esas dos posibilidades. A esto le llamo 'no hacer nada'. No recorro ni un extremo ni el otro. Pero es doloroso. Es como una miniagonía.

Lo es por que me muero de ganas de dar rienda suelta a la ira (sí, en esa centésima de segundo ocurre todo eso). Permanecer en medio es como si yo mismo muriera. Muero ante esas ganas de actuar y alimentar la ira. Después de ésta viene una angustia, luego un temor y yo (o lo que sea) lo veo y muero una y otra vez a lo largo de todo el día.

Permanecer en medio es una muerte constante. De instante en instante ¿Y luego qué pasa? Los brotes de ira, los temores y las angustias son cada vez mas ténues. Tal y como le sucede a la llama de una lámpara de aceite que pierde poco a poco su brillo. La permanencia en ese estado intermedio se siente como si me desangrara o debilitara cada vez más. Siento como si me apagara, como si hubiese sido herido de una puñalada en el hígado y, a pesar de que puedo poner mi mano en la herida para detener la hemorragia, elijo de forma voluntaria desangrarme.

Cuando percibo en cámara lenta que la ira nace, esa misma percepción incluye la fuerza necesaria para no actuar. La consciencia de la ira viene acompañada de la capacidad de morir ante las ganas de alimentar o destruir el enojo. Tal vez esa energía no tendría que reprimirla de forma egocéntrica, tal vez sí. Si decido hacerlo, en realidad estaría postergando la ira.

Pero mejor no hago nada para contemplar. No hago nada porque permanezco en medio. Pero este 'no hacer nada' no es fácil. Es como una agonía continua cada vez menos dolorosa."

- Max Díaz

miércoles, 6 de enero de 2010

Renuncia al trono


A petición de Soledad, escribiré una serie de posts que describan el "antes", "durante" y "después" del despertar espiritual.

Antes de la espiritualidad
Esta etapa se caracteriza por ser una película sin fin hecha de minipelículas. Uno mismo es el personaje principal. Todo tiene que ver con nuestra experiencia. Aun siendo personas altruistas, dicho altruismo ocurre en una pantalla grande frente a nuestros ojos. Somos nuestra audiencia. La vida se trata de nosotros. Antes de la espiritualidad hay drama tras drama, aventura tras aventura y fantasía tras fantasía. En lugar de golosinas, compramos vodka tonics, coronas y martinis para presenciar nuestra historia. Incluimos a los demás pero sólo con el fin de hacerla más interesante. Antes de la espiritualidad uno vive la vida de superestrella (exitosa o trágica). Se trata de: "Mis palabras, mi forma de ser, mi experiencia, mis opiniones, mis dolores, alegrías y miserias". Sólo hay eso. No hay contacto genuino con el resto de la realidad y con las demás personas. No hay diálogos. Las palabras de los demás se incluyen sólo si complementan nuestros monólogos.

Antes hay sufrimiento
En esta fase nuestro mundo está impregnado de una libertad falsa. Antes de la espiritualidad sólo hay movimiento inconsciente que profana la autenticidad de la realidad. La mayoría de las decisiones que tomamos provienen de espejismos con sabor a "así soy", "me llamo 'tal'", "me gusta esto", "me disgusta aquello". Pero son sólo eso: espejismos formados por la costumbre, el tiempo, las caídas, los corazones rotos y las efímeras alegrías. Cuando tales decisiones no producen los resultados que esperamos, la vida duele. Duele mucho. No es para siempre esa amargura/coraje/frustración pero ésta surge una y otra vez. En esos momentos de sufrimiento entendemos (o no) que tal vez debemos cambiar nuestra forma de ser. Si decidimos no hacer nada, tal vez las circunstancias mejoren. Pero tarde o temprano la vida sucede de nuevo. Nuestras estrategias fallan, nuestros planes no se cumplen, nuestros sueños nunca suceden. Esta vez la tragedia no es disfrutable. Es un infierno. Surge, por fin, el deseo sincero de dejar de sufrir. Nos percatamos de que el amor propio sí existe después de todo.

Antes de la meditación
Una vez que adoptamos una vida espiritual, nos imponemos disciplina. Nos hartamos tanto de sufrir que obedecemos (al pie de la letra) las sugerencias de los que no sufren. Después de luchar con nosotros mismos el oleaje cesa. La calma llega. Nos encontramos en una situación completamente nueva. Ante nosotros hay un mundo que no hemos explorado, es una hoja en blanco que no habíamos descubierto. Es una etapa muy desconcertante por que, de repente, ya no hay dramas ni fantasías. La costumbre y la nostalgia nos obligan a revivir las narraciones extraordinarias de nuestras vidas. Es una delicia ser nosotros mismos otra vez. Pensamos: "claro, esto es lo que soy, ¿dónde me había metido?". Nos prometemos nunca más abandonarnos. Es una experiencia conmovedora que nos hace derramar lágrimas de alegría y tristeza. Provocamos dichas con nuestra música, nuestras ideologías, nuestras formas de ser. Generamos dolor disfrutable de nuestras soledades, penumbras y tardes lluviosas. Desafortunadamente éstas vivencias duran menos tiempo que las que ya sucedieron. De nuevo surgen los vacíos. El mundo se siente raro. Es raro por que de repente se siente sereno. No podemos creer que la tranquilidad sea tan insípida y aburrida. Pero ahí está, necia como una sombra.

Antes de la absorción meditativa
Si nuestro trabajo fue genuino, es decir, si la disciplina dejó frutos, dejaremos de luchar con esa inefabilidad tranquila. Voilà. La incertidumbre se vuelve un mundo fantástico que nos entusiasma. Es como visitar una ciudad nueva, un país nuevo. De hecho, los lugares conocidos se tornan desconocidos. Puede que todavía nos dé miedo admitir lo dormidos que hemos estado, pero ya no rechazamos la posibilidad de que frente a nuestras narices hay un "algo" monolítico que es digno de explorar. Comenzamos a meditar y al principio la meditación nos resulta divertida. Después nos aburre y poco a poco nos desespera. Por todos lados escuchamos que hay trascendencia en el hecho de sentarse a hacer nada. Pero no pasa nada. No hay trascendencia (o eso creemos). Sólo hay una curiosidad que no nos deja en paz. Presentimos que algo está muy cerca, algo está detrás de este muro pesado hecho de nada y, a pesar de que no hemos visto nada, sabemos sin duda de que hay algo detrás de esta inmensa calma.

Antes del insight
Nos intoxicamos de "ahora", de "serenidad", de "indefinición" y de "infinitud". Expandimos nuestro "yo" hasta donde nuestra mente convencional nos lo permita. Nos damos cuenta de que no hay límites. Pero aún estamos aquí. La expectativa es inmensa. ¿Y luego? ¿Qué sigue? Luego sigue desesperación, pero es desesperación necesaria. Es una desesperación como la que sentimos justo antes de mejorar nuestra condición de vida. Se siente como cuando vamos a comprar un nuevo automóvil, teléfono celular o casa. ¿Cómo paso de nivel? ¿Cómo se resuelve este acertijo? Es necesaria la desesperación, es importante agotar todas las posibilidades. Luego nos rendimos. En esa inmensidad, después de la rendición, puede que suceda algo, puede que no.

Antes de la apertura
Henos ahí preguntándonos qué hacer, observando a las demás personas. Reafirmándonos que no somos este cuerpo, esta voz, este observador. Diciéndonos que somos "este momento", "este ahora", "este espacio sin límites". A veces hay silencio mental pero eso no cambia nada. No obstante, hay una motivación muy grande de dar el salto. Nos decimos que estamos en "la mente expandida", que vivimos en percepción unitaria, que hay "calm abiding". Después se desvanecen estas percepciones forzadas y luego surgen dudas genuinas. Nacen dudas sin palabras, dudas sobre nuestra naturaleza. Sin mencionar una sola palabra en nuestra cabeza, nos preguntamos qué sucedería si dejáramos de "hacer algo al respecto", si dejáramos de "luchar por ser", si dejáramos de armar y rearmar esa silueta que creemos que somos. La duda hace que se caiga todo. Se siente como si permitiéramos que los demás ganaran las discusiones verbales. Como si nuestro discurso dejara de ser un punto de referencia para las palabras del otro o para el mundo externo. Simplemente nos damos cuenta de que es absurdo "ser así". Es una pérdida de energía. Mejor "somos" y ya. Sin el "así". En meditación, sin pronunciar una sola palabra mental, sentimos: "Al diablo con el trono, al diablo con nuestra postura".

Luego hay dicha, alegría inmensa por nada y comprensión de que ya no tenemos que ser de alguna forma. En el siguiente post hablaré del "durante".